1 / 39

Un maratón flamenco en el Albaicín: la Bienal convierte callejuelas y miradores en escenario

Reportaje Ramón Martín (Motril@Digital)

Granada.- La jornada de hoy en la Bienal de Flamenco se ha vivido como una auténtica carrera de fondo. Intentar estar presente en los cuatro escenarios del ciclo “Cuando el Albaicín Suena Flamenco Lleva” ha sido un desafío, tanto por la concentración horaria como por la propia geografía del barrio. Subir y bajar entre callejuelas, plazas y miradores se ha convertido en parte de la experiencia, casi tan intensa como el propio cante, toque y baile.

La tarde arrancó en el Callejón de la Gloria, donde Iván Centenillo desplegó un recital didáctico que acercó los palos del flamenco con cercanía y respeto a la tradición. Apenas hubo tiempo para saborear esa primera cita antes de bajar hasta la Placeta de Carvajales, donde la guitarra de Antonio de la Luz llenó de ecos el espacio, con un público que escuchaba en silencio, consciente de la singularidad del lugar.

El siguiente tramo llevó hasta el Lavadero del Sol, enclave pequeño y recogido, donde la voz de Estela “La Canastera” se impuso sobre el rumor del agua y las conversaciones de quienes trataban de encontrar un hueco entre tanto aficionado. Allí se vivió uno de los momentos más íntimos del recorrido, con un cante que parecía brotar directamente de las piedras.

El cierre de la jornada debía estar en manos de Adrián Sánchez en el Mirador de San Nicolás, pero un problema de salud obligó a un cambio de última hora. Su lugar lo ocupó Paco Fernández, que presentó “Por los Cuatro Costaos”, acompañado por Luis Mariano a la guitarra, Aroa Palomo “La Niña” al cante y Ángel Bocanegra al violín. En un espacio abarrotado y con las vistas de la Alhambra como telón de fondo, el bailaor sacó adelante un espectáculo con la fuerza y la emoción suficientes como para que nadie echara de menos el programa original.

Asistir a los cuatro eventos ha supuesto un recorrido exigente, casi imposible de seguir en su totalidad sin llegar con el aliento justo. Sin embargo, esa sensación de itinerario apretado forma parte de la identidad de esta Bienal: vivir el flamenco en distintos rincones del Albaicín, como un mosaico que se descubre a base de esfuerzo.

La Bienal ha demostrado hoy que no se limita a programar artistas, sino que propone un viaje por la ciudad, obligando al espectador a moverse, a perderse y reencontrarse entre plazas y miradores. Un maratón cultural donde cada paso compensa el cansancio con la intensidad de lo vivido.