Sierra de Andújar: tras las huellas del lince Ibérico y la Guardiana del Río
Reportaje Ramón Martin (Motril@Digital).- La Sierra de Andújar es uno de esos lugares a los que vuelves sabiendo que algo nuevo te espera. Aunque conozca sus encinas retorcidas, las jaras en flor o los caminos polvorientos que se pierden entre colinas, cada visita tiene un sabor distinto. Aquí, en pleno corazón de Jaén, vive uno de los felinos más esquivos y fascinantes de la Península: el lince ibérico. Y, si el día acompaña, también la nutria, esa sombra silenciosa que se desliza por los ríos.
El campamento base: Paraje San Ginés
Esta vez me instalé en el Paraje San Ginés, un rincón que mi amigo Guillermo Delgado y su familia llevan con mimo. Sus apartamentos de madera, rodeados de monte y silencio, son el sitio perfecto para descansar después de largas horas de campo. No es únicamente dormir bajo techo: es vivir en medio de la sierra. Guillermo, que se conoce este terreno como la palma de su mano, no tarda en sacar un mapa y señalarme dónde se han visto linces últimamente, o qué arroyo merece la pena visitar a primera hora.
Hides con ventanas al monte
El complejo tiene dos hides fotográficos. Uno, incluido para quienes se alojan allí, está pensado para aves. Desde su cristal espía he visto pasar pico picapinos, pito real, agateador, trepador azul, herrerillos, picogordos, rabilargos… un desfile de colores y sonidos que se repite y cambia a lo largo del día.
El otro hide es el del lince. Está en un punto clave del parque, también con cristal espía, pero requiere reserva y se paga aparte. Aquí la espera es otra historia: silenciosa, concentrada, con esa mezcla de impaciencia y esperanza que solamente entiende quien ha pasado horas buscando al felino. No hay garantías, pero sí la sensación de estar en el lugar correcto.
El día empieza antes que el sol
Mis mañanas arrancan pronto. Un café rápido, la mochila lista y a caminar. Guillermo me recuerda lo esencial: el lince busca conejos, necesita refugio y, sobre todo en verano, agua. Así que los arroyos, las charcas y las vaguadas son mis primeros objetivos. Avanzo despacio, fijándome en huellas sin marcas de uñas, en excrementos que cuentan más de lo que parece o en algún movimiento entre el matorral que me hace dudar si he visto algo… o no.
Encuentros que se quedan contigo
El lince no siempre aparece, pero la sierra nunca decepciona. Un amanecer me regaló un grupo de ciervos cruzando la pista con la luz dorada de fondo. Otra mañana, junto al río, la nutria rompió la quietud del agua para dejar un rastro de ondas y desaparecer igual de rápido que había llegado. Verla así, sin esperarlo, es un golpe de suerte que te acompaña todo el día.
Tardes de espera y de paseo
Cuando el calor aprieta, el apartamento se convierte en un refugio fresco. Pero siempre acabo volviendo fuera: a un hide, a un sendero, a cualquier sitio donde la sierra pueda darme otra sorpresa. Y, como tantas veces, la paciencia tuvo premio: una silueta se recortó en lo alto de la ladera. El lince se detuvo un segundo, me miró —o eso quise creer— y siguió su camino. Momentos así son los que te hacen volver, una y otra vez.
Una sierra que se vive
La Sierra de Andújar no es un decorado. Aquí la vida salvaje manda y los ritmos son otros. Lugares como el Paraje San Ginés no solo te acercan a ella: te permiten formar parte, aunque sea por unos días. Entre el silencio del monte y la corriente del río, cada huella tiene su historia y cada amanecer es una nueva oportunidad para encontrarla.