granada-el-ies-la-contraviesa-de-albunol-recupera-su-rutina-tras-la-agresion-entre-dos-alumnos-en-la-entrada-del-centro

Granada: El IES La Contraviesa de Albuñol recupera su rutina tras la agresión entre dos alumnos en la entrada del centro

El timbre volvió a sonar este miércoles en el IES La Contraviesa. Sonó como siempre, pero no se escuchó igual. Los pasos hacia las aulas fueron más lentos, las miradas más silenciosas y los abrazos entre compañeros, un poco más largos de lo habitual. Albuñol, un municipio acostumbrado a la cercanía y a la vida compartida, despertó intentando comprender cómo un patio de instituto pudo convertirse en escenario de dolor entre dos niños que, hasta hace unos días, eran amigos.

La agresión de un menor de 12 años a otro de 13 con un arma blanca dejó una herida física —tres puñaladas en el hombro— y otra más profunda en la comunidad: la incredulidad. El alumno herido evoluciona favorablemente tras ser atendido en el Hospital Santa Ana de Motril, y su vida no corre peligro. El centro ha expulsado durante 29 días al menor agresor, mientras la Guardia Civil ha remitido el caso a la Fiscalía de Menores, tal y como marca la ley para niños menores de 14 años.

En las calles de Albuñol , el comentario es inevitable. Se cuenta con prudencia, se pregunta con miedo y se intenta no juzgar. “Son solo niños”, se repite en comercios, en plazas y en los portales donde madres y abuelos aguardan la salida del colegio. Porque lo que más duele no es solo el hecho, sino el vínculo roto: la amistad previa entre ambos.

El instituto puso en marcha los protocolos y la Inspección Educativa revisa ya lo ocurrido. También se activó el protocolo antirracismo, uno de los que se contempla ante conflictos con componente convivencial. Pero, más allá del papeleo, de la letra fría y de las estadísticas, lo que más preocupa hoy a docentes y familias es el corazón de los adolescentes que presenciaron o escucharon lo sucedido.

Hoy, el reto del instituto no es solo garantizar seguridad, sino coser los hilos emocionales que quedaron rasgados en tan solo unos minutos. Los niños que volvieron a clase lo hicieron con una mezcla de temor y ganas de recuperar su rincón seguro. Los docentes acompañaron más, observaron más, hablaron más bajito. Y las familias abrazaron más fuerte al despedirse en la puerta.

Albuñol, acostumbrado a resolverlo todo entre vecinos, sabe que hacer ruido no ayudará. Que la respuesta no está en el morbo, ni en señalar, sino en acompañar, escuchar, educar y sanar. Porque cuando la herida se produce en la infancia, la cicatriz necesita cuidado colectivo.

La imagen del recreo tardará en volver a ser la misma. Pero si algo define a los pueblos pequeños es su capacidad de recomponer el daño con humanidad. Y ese proceso —lento, sensible, silencioso— ya ha comenzado.