Isabel del Mar Moreno Ávila.– Como señalan diferentes estudios, la espiritualidad y las creencias religiosas influyen en los procesos de salud y enfermedad, para bien y para mal.
En un sentido positivo pueden promover estilos de vida saludables que eviten el consumo de tabaco, alcohol y otras drogas, generar redes de apoyo, ayudar a afrontar mejor el duelo o una enfermedad grave o reducir los niveles de ansiedad y estrés.
Sin embargo, también pueden tener un efecto pernicioso. Un buen ejemplo de ello es el rechazo de la vacunación infantil en determinados grupos religiosos (como ha ocurrido con el virus del papiloma humano, la poliomielitis y la rubeola), el uso por de fuentes de información no oficiales en materia de salud, la pérdida de confianza en la evidencia científica y la adopción de discursos que generaron barreras para la vacunación durante la pandemia de la covid-19.
Una dimensión desatendida
Y, sin embargo, el personal sanitario no suele tener en cuenta la dimensión espiritual de las personas a las que cuida y atiende. Por ello, algunos trabajos científicos recalcan la importancia de considerarla una variable más en la investigación, la evaluación comunitaria y la puesta en marcha de programas de salud.
El objetivo es actuar adecuadamente dentro de cada entorno cultural, así como adquirir los conocimientos, actitudes, comportamientos e incluso políticas que permitan a los profesionales sanitarios trabajar en diferentes contextos.
Distintas formas de ser madre
La forma de vivir la maternidad se ha ido transformando a lo largo de los siglos y, con ella, el ejercicio de la crianza, aunque siempre ha recaído principalmente sobre las mujeres. De la misma manera, la relación entre madre e hijo o madre e hija viene marcada por un componente histórico-cultural, del que forman parte las creencias religiosas dominantes.
Son muchos los cambios –físicos, psicológicos y sociales– que una mujer afronta cuando se convierte en madre. Un seguimiento continuo en el posparto por parte de profesionales de la salud aumenta, por ejemplo, la confianza para amamantar a sus bebés. Así puede maximizarse el período de lactancia y alcanzar la recomendación de la Organización Mundial de la Salud de mantener lactancia materna exclusiva durante los primeros seis meses de vida.
No obstante, las mujeres pueden sentirse estigmatizadas e incomprendidas por el personal de salud cuando realizan sus prácticas religiosas y expresan su espiritualidad en relación con la maternidad. La influencia de estas creencias puede ser una guía y un consuelo y, a la vez, constituir un motivo de angustia.
Nuestro estudio
Los resultados de un estudio que llevamos a cabo en la Ciudad Autónoma de Melilla con mujeres cristianas y musulmanas indican que la dimensión espiritual juega efectivamente un papel importante en sus vidas y condiciona su comprensión de la maternidad y sus prácticas de crianza.
Si son practicantes, la influencia es aún mayor, mientras que las no practicantes atribuyen sus hábitos a la tradición. En el caso de las musulmanas practicantes resulta muy evidente, ya que la lactancia materna, por ejemplo, es una obligación recogida en el Corán. Para las mujeres cristianas practicantes, la paciencia, la dedicación y el amor materno incondicional son las señas de identidad de una buena madre, tal y como preconiza la Biblia.
La necesidad de sentirse apoyadas
La percepción de la maternidad cambia drásticamente tras la llegada del primer hijo. Se generan cambios en las prioridades y se percibe que ser madre, especialmente en los primeros días, es un proceso duro y difícil. Para sobrellevarlo, algunas recurren a su fe e incluso a la oración como medio para alejarse de los pensamientos negativos y recuperar la tranquilidad.
Por otra parte, el apoyo recibido de la familia materna se percibe como de gran importancia a nivel emocional. Gracias a experiencias previas de madre y hermanas que pasaron por lo mismo, la inestabilidad emocional mejora a medida que las mujeres ganan seguridad en el rol que desempeñan.
La diferencia es que las mujeres musulmanas suelen tener una red de apoyo más extensa, que incluye primas y cuñadas, porque sus familias tienden a ser más numerosas y a reunirse con más frecuencia. Las suegras también juegan un papel fundamental en su caso, pues muchas futuras madres viven con ellas al casarse y tienen una relación íntima y continua al comienzo de la maternidad. Por contra, las mujeres de cultura cristiana no suelen tener este tipo de relación tan intensa y se apoyan en otros familiares y amigos cercanos.
A la hora de ser madre, la asistencia del personal sanitario es percibido como fundamental, ya que genera seguridad durante el parto y el posparto. Contar con un equipo de profesionales que brinden atención culturalmente adaptada resulta básico.
En definitiva, el conocimiento sobre diferentes visiones del mundo ayuda a erradicar creencias y prácticas culturalmente arraigadas que no tienen evidencia científica –estén o no conectadas a la religión– y que también pudimos identificar en nuestro estudio, como la idea de no cargar mucho tiempo al bebé porque se acostumbra, evitar el colecho porque los bebés después no querrán dormir solos o darles manzanilla para reducir los cólicos.