HASTA MÁS ALLÁ DE ORIÓN por Miguel Ávila Cabezas
La escena simula el salón de una vivienda de clase media de la ciudad de OXCTARRR en el planeta MAXXMAR de la constelación de Orión. Habida cuenta de que en toda Orión, y sus alrededores, las cosas no son como han de parecer aquí en la Tierra, todo aquello que, a ojos de un humano, pudiera tener allí consistencia matérica, exceptuando a sus reptilianos de la 295ª generación, la actual, no se muestra ante nosotros como lo hacen, tan impúdicamente a veces, nuestras mesas de camilla, nuestros televisores de plasma, nuestros sofás o nuestra foto de la boda, omnipresente en la memoria, baldía, de los días iguales. En escena ACCRAX y ECCRAXA (A. y E.), marido y mujer, respectivamente. Ambos permanecen de pie, pues es bien sabido que los reptilianos nunca se sientan ya que jamás lo han hecho, ni sabrían cómo hacerlo por mucho que nos lo imaginemos. Para una mejor comprensión del diálogo, traducimos a la lengua del inmortal Cervantes la daracasiana de los dos personajes.
E.: ¿Te has enterado de la última?
A.: ¿Qué última, lagartijilla mía?
E.: Estoy hasta las escamas subcaudales del koxccogno de que me llames siempre así. Preferiría que lo hicieses pronunciando mi nombre de pila.
A.: Es verdad. Siempre se me olvida. Pero no te acibares, que te sube la creatinina y entonces no hay quien te aguante. Anda, dime qué es lo que me tienes que contar.
E.: La última de la Tierra. Lo he oído en las noticias del empinflometon.
A.: Bien sabes que yo no suelo ver las noticias en el empinflometon. Me produce un dolor insoportable a la altura del hioides. Pero, dime, qué noticia es esa que ha dado la verderona del informativo.
E.: Pues ni más ni menos que ha empezado en la Tierra la Tercera Guerra Mundial.
A.: ¿Así, con mayúscula? ¿La Tercera Guerra Mundial? Bueno, no será para tanto. Se trate de la tercera, o de la cuarta o la quinta, da igual. Los puñeteros terrícolas no dejan de matarse desde el primer día en que se nos ocurrió la nefasta idea de ponerlos allá abajo. Cuando no es por una cosa es por otra, pero siempre, siempre, están a la gresca. Acuérdate de la Guerra del Peloponeso.
E.: O de la de los Cien Años, sin necesidad de irse tan lejos.
A.: Por supuesto. Pero dime, iguanita, esta vez cuál ha sido el motivo.
E.: Mira que eres cursi. Ahora me vienes con lo de iguanita. ¿No se te ocurre un apelativo mejor? Iguanita… Iguanita… (Cambia radicalmente de registro.) ¿Sabes lo que te digo? Que iguanita y lagartijilla lo será la loca de la tiranosauria de tu madre, que no hay quien la aguante. No me extraña que la llamemos así quienes la conocemos.
A.: Te acabas de pasar catorce galaxias. A mi madre, que por otra parte es una santa, no tienes por qué sacarla a colación. Llevo más de un millón de años (reptilianos) repitiéndote, un día tras otro, que dejes a mi madre en paz. ¿Qué es lo que te ha podido hacer ella para que la odies de esa forma?
E.: En realidad, odiarla lo que se dice odiarla yo no la odio. Simplemente a los hechos me remito: acuérdate lo que pasó en la última Navidad. Quiso acaparar el protagonismo de la cena de Noche Buena y acabamos todos como el Rosario de la Aurora.
A.: ¿Ahora me sales con eso? No me negarás que todos pusimos de nuestra parte para que la cena se fuera al garete.
E.: A la mierda, querrás decir.
A.: (Visiblemente alterado.) A la mierda o al garete da lo mismo. Lo que, para mí, y para ella, quedó claro es que tu hermano empezó primero con aquello de “a estos langostinos les falta un punto de cocción”. Y lo remató finalmente preguntándole si eran los que habían sobrado del año pasado. Tu hermano, el más listo de todos, queriendo poner siempre la guinda del experto en cualquier cosa que se le ponga a tiro, aunque no tiene ni la más pajolera idea de nada.
E.: ¿Qué pasa? ¿Que ahora le toca el turno a mi hermano? ¿No contento con insultar a mi madre te metes ahora con mi hermano?
A.: (Como para sí.) No me extraña nada que los humanos sean como son desde siempre: unos desquiciados que a la primera de cambio se tiran los trastos a la cabeza y acaban apretando el botoncito. Nosotros los pusimos allí. Algo nuestro llevarán en sus perturbados genes. Por cierto, ¿quién ha apretado esta vez el botoncito?
E.: ¿Que quién ha apretado el botoncito? Lo sabes de sobra.
A.: Si te lo pregunto, Exccraxa, es que no lo sé.
E.: Cualquiera. Son todos iguales: tales para cuales.
A.: ¿Como nosotros?
E.: Tú mismo.
A.: Pues vaya.
E.: Eso digo yo: pues vaya.

