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«COMITÉ DE CRISIS» por Miguel Ávila Cabezas

La escena representa la sala donde se reúne el comité de crisis para analizar los efectos catastróficos de las lluvias torrenciales caídas en las últimas veinticuatro horas sobre el territorio de su competencia. Ocupa el centro la mesa de reuniones, en torno a la cual hay colocadas tres sillas en las que, sin dejar de pasarse precipitadamente unos a otros todo tipo de papeles e informes, ya están sentados los respectivos personajes a los que identificaremos con las iniciales de sus respectivos nombres de pila: A., B. y C. Luz potente, aunque por momentos disminuirá su intensidad hasta llegar a producirse durante unos segundos el oscuro total. A lo largo de la representación ininterrumpidamente se oirá de fondo el sonido de la fragorosa tormenta.

A.: (Mirando un papel como el que lo hace con una etiqueta de bollería industrial.) Aquí lo pone bien claro. No debemos preocuparnos. La situación está absolutamente controlada.

B.: ¿Quién lo dice?

A.: ¡Quién va a ser! Quien todos sabemos. Además, lo que importa no es quién lo diga sino cómo se diga.

C.: No entiendo qué quieres decir con eso del cómo se diga.

A.: Pues es muy fácil de entender. (Muestra en alto el papel que sostiene en su mano derecha.) Aquí pone muy claramente que no debemos preocuparnos de nada, entre otras razones porque donde él se encuentra ahora han caído tan sólo cuatro ridículas gotas.

B.: ¿Cuatro ridículas gotas? Pero ahí afuera no están cayendo precisamente cuatro ridículas gotas. ¿O es que no oís el fragor de la tormenta?

C.: ¿El “fragor de la tormenta”? ¿Qué dices de la tormenta? ¿Dónde está el fragor del que hablas?

A.: Ni “tormenta” y ni aún menos “fragor”. Lo tuyo es, simple y llanamente, una mera ilusión acústica.

B.: ¿Una mera ilusión acústica? ¿Cómo se te puede ocurrir tamaño despropósito? Lo que está cayendo no es normal. Está lloviendo a cántaros. Y según los informes del IVM no dejará de hacerlo, y con mayor virulencia, durante toda la noche.

A.: (Mira la hora en su reloj, marca Casio por supuesto.) Bueno. Son las cinco y cuarto. Así que de aquí a que se haga de noche…

B.: ¡No podemos esperar a que se haga de noche! ¡Tenemos que enviar la alerta! ¡Ya!

C.: ¡Eh, eh, eh! ¡Para el carro! ¡No se va a enviar ninguna alerta hasta que él dé la orden de hacerlo! Así que relájate y no pierdas los papeles.

B.: (En tono de desesperación.) Pues vamos a llamarlo. Vamos a llamarlo y le comunicamos, ya, cómo están las cosas por aquí.

A.: Las cosas por aquí están perfectamente controladas. Así que tranquilo.

C.: Yo no veo que exista motivo alguno para llamarlo. Además, aunque lo intentásemos sería en vano porque no tiene el móvil operativo.

B.: ¿Y cómo sabes que no tiene operativo el maldito móvil?

A.: Porque recordarás que la única vez en que pude hablar con él fue hace… (mira de nuevo su impecable reloj de pulsera, marca Casio.) hace… exactamente dieciséis minutos y quince segundos para informarle de que acababa de dar comienzo la reunión de este comité. Y entonces me dejó dicho muy claramente que no lo volviese a llamar bajo ningún concepto puesto que tenía un compromiso ineludible y, consecuentemente, dada la importancia de dicho compromiso, no pensaba responder a nada ni a nadie. Y añadió que, para que no lo molestásemos, iba a apagar, como tú dices, el maldito móvil. Y que ya nos llamaría cuando lo considerase oportuno.

B.: Pues vaya.

A.: Lo mismo digo: Pues vaya.

C.: Sí. Pues vaya.

B.: Y entonces… ¿ahora qué?

A.: Ahora nada. A esperar que él se ponga en contacto con nosotros para determinar el qué, el cuándo y el cómo.

Dos horas después y con el agua ya a la altura del tercer espacio intercostal.

B.: ¿Se sabe algo?

A.: ¿De qué?

B.: ¿De qué va a ser? De si ya ha encendido el móvil y así poder comunicarnos con él.

C.: Mira que eres agonías. Tenemos que esperar a que él lo encienda y llame. Y, evidentemente, si aún no lo ha hecho, es porque la reunión se ha alargado más de lo previsto en un principio.

B.: (Con el agua, como el resto de los miembros del comité, a la altura, ahora, del segundo espacio intercostal.) ¡Pero tenemos que dar la alarma! ¡Vamos a acabar todos ahogados! ¡El agua está entrando por todos los sitios!

A.: No exageres. No es para tanto. Seguro que estará a punto de terminar la reunión y entonces llamará.

C.: Además, para qué tanta alarma si lo que está cayendo son cuatro gotas mal contadas.

Una hora más tarde… suena un móvil. Ya nadie responde. Oscuro total. Se sigue escuchando de fondo el fragor de la tormenta.